TERRA NULLIUS (III)

Teté se quedó como abstraída, mirando las posaderas del cocinero de pelo grasiento, mientras este se limpiaba las partes pudendas con un paño de cocina que se abstuvo de pensar en que sería reutilizado. Jamás en el largo periplo de hombres que habían visitado su entrepierna, recordaba uno que tuviera tanto pelo en los cachetes. Eran gruesos y largos como cerdas de jabalí y más negros que el hollín. Pensó de manera pragmática que el mejor método de depilación para él era la depilación láser, ya que la cera o la cuchilla le irritarían la piel que se adivinaba blanca y sensible bajo del follaje capilar.

Andaba en estas ensoñaciones, cuando vio en un rincón de la cocina, tirado bajo una encimera costrosa, un descolorido carro de la compra al que le faltaba una rueda. Mientras se subía un tanga de La Perla negro; lo cual hacía un contraste brutal con el pelo sucio y las ojeras marcadas, pensó que era el momento de las presentaciones formales.

—Yo soy Teté. ¿Y tú? — Preguntó con una sonrisa tirante.

—Andrés. — Respondió secamente mientras luchaba con el cinturón. Al final logró abrochárselo resollando, tras lo cual expelió un soplido final y dijo — ¿De qué quieres el bocata?

—Ah, me da igual. ¿Hay Atún? —Recordó los tiempos en que su cena era, por elección, una lata de atún y una tortita de arroz con un vaso de agua y sonrió lacónicamente. —Ese carrito de ahí, ¿Lo usas? ¿Me lo regalas? —Pensó que dadas las circunstancias, no iba a negarle esa minucia.

Andrés miro alternativamente al carro y a Teté y respondió: — pero si está roto… —Pensó rápidamente una justificación que no sonara muy rara y dijo: Yaaaa, pero, es para, para….¡tirar escombros! —Las alertas se le encendieron y el corazón se desbocó mientras pugnaba por mantener un rictus de indiferencia. “¿tirar escombros? ¿En serio? De todas las mentiras que se me podían haber ocurrido esa era la peor, porque incluía las palabras tirar y escombros. ¿Ya puestos no decirle todo?”. —Como es de los de cuatro ruedas y solo le falta una, puedo usar las otras dos sin problema. —Justificó rápidamente.

El rostro del cocinero se volvió inquisitivo por un momento, pero solo fue un reflejo, ya que al segundo pensó que no le merecía la pena el esfuerzo y volvió a relajarse. —Claro, llévatelo. —Respondió con un ademán.

Se  despidió desde el umbral agitando la mano y salió al infierno que eran las calles del pueblo. Bajo un cielo que quemaba las pupilas, casi se oía sisear el asfalto al derretirse. Atravesó las abigarradas calles hasta llegar a la hoz del río donde estaba el molino abandonado y por un momento se quedó mirándolo como si lo viera por primera vez; fascinada y absorta. Volvió en sí y comenzó a bajar a trompicones por el barranco con el carrito tras de sí. El vestido se le enganchaba en la maleza agostada, pardusca, seca. Los insectos zumbaban a su alredor; chocaban contra su frente. De pronto la invadió una sensación de urgencia, de pánico y comenzó a correr mientras miraba una y otra vez hacía atrás en busca de unos ojos que miraran, unos dedos acusatorios que la señalaran… Llegó abajo sin aliento, con las piernas arañadas y una sensación pesada en la boca del estómago. Apoyo la frente en la pared fresca y rugosa del molino centenario, mientras vomitaba en arcadas convulsas el bocadillo de atún recién ingerido. Cuando se no quedaba nada en su estómago y volvió a respirar con normalidad,  entró haciendo contorsionismo por el agujero de la puerta de madera astillada y el olor a putrefacción le dio tal bofetada que a punto estuvo de volver a vomitar.

No se percató de unos ojos atentos que miraban todos sus movimientos…

Continuara…

Besos, Petra

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