¡Ay que ver el mantenimiento que tenemos los humanos…! Hay que comer 3 ó 4 veces al día. Y no de cualquier manera, no; equilibradamente. Bañarse, desconectarse al menos 8 horas para recargar la batería…Y eso contando lo más gordo. Luego están los menudeos: el pipí, el popó, cortarse las uñas de pies y manos, quitarse pelos de todos sitios, abrigarse si hace frío, despelotarse si calor…Uff, ¡Qué pereza! Y por si no fuera poco con la parte física, luego está la parte emocional. Los sentimientos: Que si la presión constante de caer bien, ser educado y educar bien, amar (pero no mucho por si acaso), tener empatía, ser popular, ser gracioso, atento, cariñoso (pero con carácter), triunfar en todo lo que haces, cantar bien, escribir bien, follar bien…
Y claro; esto nos supera. Al estrés añadido de lo físico, se añade lo sentimental. Y por eso surge la figura de “el mamporrero emocional” (aka coach). Es normal en estos tiempos que corren, donde (no sé porqué) no hay tiempo para pararse a no hacer nada, que el pícaro coach emocional, que se ve que ha alcanzado el nirvana de todo en la vida, nos cobre a precio de oro, su guía espiritual y sabios consejos para llevar una vida plena, feliz y aséptica donde las cagadas no existen. Que digo yo, que habrán ellos vivido, mil y una vidas para adelantarse a los errores comunes y extraordinarios. (Eso o que tienen un ego que no les cabe en su salón) Existe una presión casi enfermiza a eliminar de nuestras vidas los sentimientos “negativos”. En seguida que barruntamos que uno llega, levantamos apresuradamente la muralla del miedo para no dejarlos pasar. Hay miles de entretenimientos para paliar la frustración y el aburrimiento, alegatos varios para justificar nuestros errores y hastags a mogollón para librarnos del qué dirán. Y yo digo: ¿de verdad queréis vivir la vida que os dictan otros? ¿No saliros de la manada? Se ve que no. Porque si no ¿A cuenta de qué existe esta “profesión”?
Haciendo una búsqueda en San Google me salen: coaching personal, empresarial, nutricional, educativo y de inteligencia emocional. Y eso solo en la barra de búsqueda desplegada, o sea, sin entrar en materia. Y sí. También hay mamporreros tal cual. En el más estricto sentido de la palabra, o, para decirlo más fino y moderno: Coaching sexual. (ya escribí en su momento un artículo sobre tan extraña profesión en el blog). Por cierto: ¿Qué pensarán los profesores, dietistas, jefes de personal y psiquiatras? ¿Será intrusismo laboral…?
¿Por qué hay ese miedo irracional y atávico a lo que no podemos controlar? ¡Si lo emocionante de la vida es eso, por Dios! No saber a qué atenerte, no saber qué va a pasar en el siguiente momento… ¿Por qué ese afán enfermizo a anular los sentimientos incómodos? ¿a encerrarlos en un cajón y vivir siempre con un plan establecido que (encima) no establecemos nosotros? ¡Qué coñazo de zona de confort! Parecemos la princesa del poema de Ruben Darío:
“¡pobrecita princesa de los ojos azules! / Está presa en sus oros, está presa en sus tules, / en la jaula de mármol del palacio real; / el palacio soberbio que vigilan sus guardas, / que custodian cien negros con sus cien alabardas, / un dragón que no duerme y un lebrel colosal”.
Yo os conmino al método antiguo. A cagarla y quedarte dos, tres, o cinco días hundidos en la más absoluta miseria. Llorar por las esquinas, que tus amigos te manden a la mierda de lo pesado que eres, de hacer de víctima cuando toque y de verdugo, cuando encarte también. Tirar todas las piedras de todos los pecados. Sentirte morir y sentir como la vida te recorre el espinazo como un calambre, con la euforia desaforada de los momentos felices. Y perder, perder, perder…para ganar, ganar ganar.
bueno, bueno bueno…Ya está aquí la Semana Santa. Mi fiesta favorita. No por lo religioso (que eso va a ser que no) si no porque es la única que permanece fiel a sus principios y se ha mantenido al margen de moderneces y chaladuras varias. Al menos de momento…
Besos, Petra