¿En qué momento nos hemos vuelto tan…..sibilinos? Últimamente me encuentro en bucle viendo películas clásicas de los ochenta como si con su visionado pudiera dilucidar en que hemos fallado en el presente, como si tuvieran entre líneas un mensaje oculto que no supimos descifrar y por eso se haya ido todo al garete. Antes, los cines eran algo mágico y seductor donde las butacas estaban impregnadas de sueños, risas y sentimientos profundos, no unas megasalas asépticas y ordenadas donde nada está permitido (Todo una declaración de intenciones del «Nuevo Mundo»). Puede ser que la década en cuestión nos acogiera en la niñez y adolescencia y dejó esa impronta en nuestro hipotálamo, de que el mundo puede ser un lugar mejor, donde los buenos casi siempre ganan e incluso los villanos tienen un extraño código de honor y lealtad. La estructura era sencilla, pero siempre te llegaba, te sorprendía, te emocionaba… Con su moraleja final, con los finales abiertos para las siguientes secuelas y con unos protagonistas más cercanos, no una fábrica de clones perfectos sin expresión. «Chico conoce a chica – su amor es imposible por cualquier circunstancia (familia, novios, enfermedad….) – el amor lo puede todo y al final comen perdices para siempre». Si, la clásica y manida estructura de cuento de hadas. ¿Y qué? Ahora hemos evolucionado tanto (nótese la ironía) que las mujeres queremos hacer una pira con todas esas cintas y quemarlas hasta que no quede ni rastro, porque ya NO queremos ser damiselas en apuros esperando que el machote nos rescate. ¿Y qué hay de la historia de nuestra evolución como mujeres hasta hoy? El pasado está ahí, siempre sale a flote por mucho que reneguemos y no hay nada de malo en ello. Hay que ver las cosas en contexto, con inteligencia y perspectiva. En El Quijote (fantástica y recomendable novela del Siglo de Oro) la lectura compulsiva de novelas antiguas de caballería del personaje principal, le lleva con una bendita y fabulosa locura a convertirse en un denodado caballero andante experto es «desfacer entuertos» y encomendarse a su amada hasta que el mundo «cabal» que lo rodea se empeña con brío, envidia e inquina en devolverlo a una realidad que lo mata y todo comienza, si, con una quema de libros y por ende, de sueños. Esta visión que tengo, os parecerá (o no) anquilosada y hasta viejuna, paternalista y condescendiente, porque los jóvenes están en su derecho y en su momento de gritar, patalear y cambiar, pero yo que estoy en un momento de equilibrio entre dos mitades, a veces caigo para el lado reivindicativo y otros vuelvo la vista atrás con nostalgia, por eso, aunque las historias (leídas, vistas u oídas) siempre tendrán para mí la emoción de saber cómo se desarrollan los hechos hasta el «crescendo» final; esta vez, con todo el dolor de mi corazón, me decanto por la melancolía.
Aprovecho desde este rincón y sin que se entere nadie; para desearos un feliz año nuevo cargado d sueños y felicidad.
Besos, Petra